7 de març 2011

Félix Sanz: De qué hablamos cuando hablamos de artesanía

Artesanía y empresa

Los que en España andamos metidos en esto de la artesanía, ya sea como productores o como gestores de entidades públicas y privadas, llevamos mucho tiempo intentado buscar nuevos caminos que permitan al sector tener una dirección más definida para salir de una vez por todas de este bucle conceptual, en el que a veces, solo a veces, pudiera parecer que nos gusta estar.

A pesar de que existe una imagen general de atonía en el sector, es verdad que algunas cuestiones ya han comenzado a moverse y a resolverse. Entre las cuestiones que se van resolviendo se encuentra la superación que ha existido durante muchos años de relacionar la actividad productiva artesana con la empresa, ya sea esta unipersonal, con socios o con trabajadores asalariados. Actualmente parece que esta cuestión ya no está sobre la mesa, aceptándose de manera mayoritaria que todos los propietarios de talleres artesanos entienden su trabajo como una actividad empresarial, que al margen de otras connotaciones de valoración histórica y cultural, tiene como objetivo primordial ser rentable. Es decir, tener beneficios económicos para garantizar su actividad en el tiempo.

Es posible que, a alguien ajeno a nuestro sector esta afirmación le pudiera parecer de Perogrullo, pero aquellos que ya llevamos muchos años en esto de los oficios artísticos y tradicionales sabemos bien que hasta hace muy pocos años, decir que un taller era una empresa y que como tal su objetivo era ganar dinero, suponía riesgo de lapidación, de excomunión y si venía al caso de expatriación.

Nos ha costado años, pero al final hemos aprendido que la mejor forma de garantizar la permanencia de nuestra actividad es logrando que ésta genere los ingresos necesarios para que los que ya están no se vayan, y para que los jóvenes que no están vean nuestro trabajo como una opción real para ganarse la vida con dignidad y estén dispuestos al relevo generacional.

¿Quiénes son las empresas artesanas?

Una vez entendido por todos, aunque siempre queda algún irreductible galo, que la actividad artesanal es una actividad generada por unidades económicas de producción con sus singularidades e identidad propia, el siguiente reto es definir ¿quiénes son estás empresas? y ¿cuáles son las características que les diferencian?, al tiempo que hacen de ellas un sector productivo propio.

Digo que es un reto, porque si reducimos la actividad artesanal a los actuales registros y repertorios de oficios artesanos que definen las leyes y decretos que regulan la artesanía en las 17 comunidades autónomas españolas, estaremos tan limitados para la modernización de la actividad que al final nos veremos condenados a una lenta languidez para acabar siendo materia de estudio de alguna tesis doctoral sobre los oficios perdidos.

Y es que, en general, el actual concepto de empresa artesana se encuentra muy vinculado, por no decir encadenado, a los oficios tradicionales y a sistemas de producción donde el componente “manual” ha tomado peso ideológico y es utilizado como dique de contención para evitar que se introduzcan nuevos “oficios” con nuevas herramientas, nuevos materiales, nuevos procesos de producción y nuevos productos.

A modo de ilustración de lo planteado, no hace mucho tiempo fui testigo de una conversación entre dos profesionales de los oficios, quienes creían firmemente que había que poner limitaciones de acceso a la inscripción en los registros artesanos regionales a aquellos talleres que hubieran incorporado el uso de herramientas tecnológicas y digitales en su sistema productivo, ya que a su juicio, el uso de de las nuevas tecnologías rompía con la forma tradicional de realizar los productos artesanos.

Realmente la conversación no tuvo desperdicio, ya que ninguno de los dos se cuestionó que en su momento su propio proceso productivo quebró drásticamente con la forma de entender el oficio por sus antecesores, entre otras muchas cosas porque a diferencia de los viejos maestros hoy casi nadie se prepara la materia prima sino que esta se compra manufacturada y muchas veces su origen ni siquiera es natural sino que es de fabricación sintética. Tampoco fueron conscientes durante la conversación del cambio que había supuesto reemplazar maquinas de tracción manual o animal por herramientas eléctricas y electrónicas y tampoco hubo ninguna referencia a que su catálogo de productos, poco o nada, tenía que ver con las viejas formas y usos originarios… pero eso sí, en todo momento ellos se erigieron como la única garantía de la preservación de quien sabe que pureza original del legado cultural e histórico de los oficios artísticos y tradicionales.

Me temo, que en el fondo de la conversación de lo que en verdad estaban hablando, era más de la amenaza que les suponía la incorporación de nuevos competidores mucho más preparados, con mejores medios y más competitivos, que de la preservación de la actividad productiva artesana y su herencia cultural.

También es verdad que esta conversación no tiene nada de nuevo, es más, ya tiene varios siglos de antigüedad como ponen de manifiesto las viejas ordenanzas gremiales que limitaban el acceso y controlaban el ejercicio de los oficios en las ciudades medievales y que en el fondo no buscaban más que eliminar la competencia para dominar el mercado. A estas alturas del cuento ya deberíamos haber aprendido que las limitaciones para el desarrollo de los oficios lo único que consiguen es su propia decadencia.

Curiosamente cuando en ciertos países y regiones de Europa se limitaba mediante normas y más normas el ejercicio libre de la actividad profesional lo único que conseguían a medio plazo era un lento declive y este a su vez era inversamente proporcional al desarrollo que se experimentaba en las regiones donde existía una mayor libertad de ejercicio y de comercio.

Esto no quiere decir que todo valga en la realización de los oficios de arte, pero lo que no tiene sentido alguno es intentar imponer rígidas limitaciones a la incorporación de cambios en la forma de entender que es la artesanía que lo único que consiguen es que los más dinámicos e innovadores busquen otros espacios donde desarrollar sus proyectos.

¿Existe una sola artesanía?

Con estas premisas, es posible que podamos empezar a entender lo que está sucediendo con las empresas artesanas en España, donde una gran parte de los talleres artesanos hace mucho tiempo que no se identifican con la imagen tradicional y rígida que proyecta el sector ya que sus mecanismos de producción, modelo de gestión y productos tienen poco o nada que ver con la idea que socialmente se tiene de lo que es un taller artesano tradicional.

Como consecuencia de este divorcio entre empresas y el sector, el volumen productivo artesanal va teniendo cada vez menor presencia en los registros estadísticos de artesanos que además son voluntarios y por lo tanto la visibilidad social y económica de la actividad artesana es cada vez más reducida, por lo cual, las administraciones públicas también entienden que su esfuerzo deberá ser menor a la hora de definir los recursos que deben destinar para la promoción y el desarrollo del sector, iniciándose de esta forma una peligrosa espiral descendente que acabará relegando a la artesanía a una presencia testimonial y curiosa, cuya única utilidad acabe estando en decorar los stands públicos de las ferias de promoción turística.

Para cambiar esta disminución de la presencia social y económica de las empresas artesanas debemos implicarnos todos los actores que estamos en el escenario, aunque no podemos olvidar que un papel de protagonista en esta obra le corresponde a las organizaciones profesionales, sean estas de ámbito local o nacional, ya que tienen en su mano la posibilidad de invertir la situación si son capaces de reinventarse como asociaciones empresariales con el fin de adaptarse a una nueva forma de entender la identidad de las empresas artesanas.

Sin duda, esta aceptación podrá suponer una ruptura, más o menos traumática, para todos aquellos que solo entienden la artesanía desde la salvaguarda de unos determinados procesos de elaboración (normalmente los suyos), con materias primas naturales y tradicionales y con el uso herramientas pre-digitales, y que se niegan a aceptar cambios que les obliguen a replantearse sus propios métodos de trabajo, productos o mercados.

Todo se transforma

Si fuéramos capaces de admitir esta nueva forma de entender la actividad productiva artesana, que no tiene porque ser excluyente con las actuales fórmulas, la siguiente acción debería pasar por la identificación de todas las empresas que realmente están en el sector, y estoy seguro de habría muchas sorpresas si fuéramos capaces de contabilizar la repercusión que tiene la artesanía en el PIB del país. A modo de ejemplo, señalar el estudio publicado en el 2010 por el Ministerio de Industria Comercio y Turismo del Gobierno de España con el título de “El sector artesano español en las fuentes documentales y estadísticas” que cifra en más de 200.000 empleos directos los generados por las empresas artesanas, de los que una gran parte se sitúan en el medio rural y son ocupados por mujeres.

El cambio de perspectiva que puede suponer la aceptación de un nuevo modelo de la actividad profesional artesana no solo implicaría a los talleres y administraciones, sino que también afectaría profundamente a la mayoría de las organizaciones profesionales artesanas, si es que estas quieren realmente ser la representación mayoritaria del sector. Actualmente las asociaciones profesionales representan a un porcentaje muy bajo del total de las empresas identificadas como artesanas, y éste sería mucho más bajo aún, si se incluyeran todas las empresas del sector que no están apuntadas en los registros artesanos de las Comunidades Autónomas.

Por otro lado, las actuales organizaciones profesionales para ser realmente representativas de la amplia heterogeneidad que supone la actividad artesanal y que tiene presencia en la mayoría, por no decir en todas, las actividades económicas productivas del país, en primer lugar deberían reorientar sus objetivos, sobre todo en los criterios de admisión de socios, debiendo ser su máxima prioridad el alojar el mayor número posible de empresas en activo con el único requisito de que su actividad no fuera industrial y estuviera vinculada a los oficios artísticos y tradicionales.

De esta forma las asociaciones tendrían un espectro de actividades y mercados mucho más amplio que el actual, ya que en la mayoría de las ocasiones las organizaciones sólo tienen socios que únicamente comercializan sus productos a través de las ferias de artesanía con todas sus variantes, y no podemos olvidar que este canal de distribución sólo es usado por apenas un 10 % de las empresas artesanas en activo.

Aquí también se plantea otro importante reto y que no es otro que las organizaciones artesanas alojen y representen a la mayoría de las empresas del sector y que a su vez se profesionalicen como asociaciones empresariales para la defensa de los intereses del sector y no como sucede ahora, que sólo agrupan a una mayoría de socios cuyo único interés es obtener ventajas económicas y de participación en las actividades que organiza su asociación y que en la mayoría de las veces se limita a las ferias de su localidad o región.

Es asumible y comprensible que parte de los que actualmente forman las asociaciones del sector plantee un rechazo a estos cambios, ya que de realizarse (estoy seguro de que se acabarán realizando) se produciría una profunda transformación del actual modelo de representación profesional y los viejos conceptos que han identificado a la artesanía se verían reemplazados por otros mucho más dinámicos y con menos prejuicios a la hora de afrontar los retos que plantea el mercado globalizado, la aparición de las herramientas digitales y los nuevos materiales.

Concluyendo

Con toda la prudencia que me es posible, estoy plenamente convencido de que el cambio de modelo y de forma de entender nuestro sector permitiría a corto plazo una clara re-dimensión de la actividad económica de la artesanía, y que esta revisión le otorgaría al sector el verdadero lugar que ocupa en la creación de riqueza y empleo en nuestro país, sin olvidar la aportación que realiza en investigación y desarrollo o su creciente presencia en la exportación internacional.

A ninguno de nosotros nadie nos ha pedido nuestra opinión para decidir como habrían tenido que ser las cosas, y bien a nuestro pesar, o bien a nuestro favor, aquí es donde ahora estamos, sentados en la estación viendo pasar trenes de alta velocidad.

Podemos seguir sentados disfrutando del espectáculo de ver pasar los trenes rápidos como flechas con la seguridad de no correr ningún riesgo, o bien podemos subirnos al tren en la siguiente oportunidad en y hacer lo que siempre ha hecho la humanidad; avanzar hacia el futuro.

Nosotros decidimos.


Félix Sanz Sastre

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